martes, 8 de febrero de 2011

TERTULIAS

Por su interés y altísimo nivel reproducimos a continuación el artículo firmado por nuestro sin par contetulio y amigo Luis Díez Tejón en el diario El Comercio con fecha de 9 de febrero de 2011:

Hasta ha desaparecido la figura del poeta a dos velas en busca del sablazo de un café .

No quiero referirme a las televisivas ni radiofónicas, que esas ya no son más que un nuevo género del mundo del espectáculo, habitado por profesionales que venden su propia presencia, cuando no se avienen a convertirse en actores que se interpretan a sí mismos. No. Hablo de las de verdad, de las que no tienen más audiencia que sus propios componentes ni más remuneración que la palabra compartida con amigos. De las que poblaron durante siglos los cafés y casinos de toda España y en las que se ha dicho y oído lo mejor de lo que el español lleva dentro. Dicen que su nombre quizá provenga de las reuniones que hacía Tertuliano, o acaso de tres Tulios romanos que se reunían de vez en cuando a cenar y charlar, o de ninguna de las dos, quién sabe. El caso es que son un producto genuinamente español, nacidas en los círculos literarios del Siglo de Oro. Desde entonces formaron parte de la nuestra historia cultural, aunque sólo fuera por ejercer el papel que las sesudas Academias dejaban libre. En su anecdotario, en los míticos nombres de los cafés que las acogieron y en los miembros ilustres que las conformaron, se encuentra la intrahistoria más cercana y auténtica de nuestro modo de ser y de expresarse. Porque si alguna vez el mundo tuvo oportunidad de arreglarse fue en las tertulias. Este es el reino de los arbitristas, la botica donde se cuecen todos los remedios, el lugar donde los juicios tienen autorización para ser enfáticos, y las propuestas para solucionar los entuertos del planeta son tan abundantes que parece mentira que pueda seguir tan mal. Por supuesto, ninguna vale para nada.


En una tertulia que se precie siempre hay alguien que propone prohibir hablar de religión, de política y de fútbol, más que nada por evitar que discurra por caminos pasionales, porque ya es sabido que si hay algo que muy pocos estén dispuestos a poner en discusión con serenidad de juicio es su fe religiosa, su fe política y su equipo del alma. Naturalmente, casi nunca se cumple. Lo que sí suele cumplirse es que cada uno se pague lo suyo con ejemplar igualitarismo contributivo. Ya no son tiempos de bohemia; hasta ha desaparecido la figura del poeta a dos velas en busca del sablazo de un café con una magdalena. Algo de encanto sí que han perdido.


Las tertulias siempre han prevalecido sobre sus enemigos, que no fueron pocos, desde las prohibiciones absolutistas, que veían en ellas nidos de conjuras, hasta la nueva ley anti fumadores, que tampoco es flojo adversario. Incluso sobre el poder de las redes sociales, esas que pretenden crear la tertulia universal, y contra las que sólo pueden oponer su humilde condición de reunión primaria y entrañablemente humana.


Uno, que goza del placer de asistir a una que lleva el enjundioso nombre de 'Viva Don José', que viene a ser una salutación del optimista a lo dadaísta, puede dar fe de que, al menos en esta, las buenas tradiciones se mantienen, de que se rinde culto a la palabra ajena, de que la ironía y la pasión son excelentes compañeros del argumento, y de que al final siempre vemos que todos tenemos alguna parte de razón.

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